Morirse no es una elección, es algo a lo que estamos
predeterminados desde el mismo instante en que somos concebidos y no tener muy
presente esta realidad creo que es lo que en ocasiones nos hace sufrir más de
la cuenta e impidiendo que disfrutemos realmente de la vida, del aquí y del
ahora.
Dicho esto, nunca es buen momento para morir pero lo que si
tengo claro es que hay lugares, donde desaparecer, donde decir adiós a este
mundo, son casi una obra de arte y en
los cuales la belleza natural unida a la paz del lugar, y a esa soledad que en
ocasiones anhelo y disfruto, hacen de ellos, rincones difícilmente explicable
con palabras.
Irlanda me ha cautivado por muchos y diferentes motivos
destacando sobremanera la belleza prácticamente virgen e inmaculada de su
geografía costera; recorrimos cientos de kilómetros de la costa oeste de
Irlanda pero este rincón que os ilustro con la imagen de hoy, fue quizás el que
por un cúmulo de circunstancias me gustó más.
Continuábamos jalonando la ruta de la “Wild Atlantic Way”, a estas alturas ya en el condado de Claire; el
día no había comenzado muy bien climatológicamente hablando, (fue el peor de los seis, por la lluvia que nos acompañó durante toda la
mañana) y es que tuvimos que cancelar nuestra visita a los acantilados de Moher
de lo malo que hacía (como si no tuviéramos bastantes motivos para volver a
Irlanda, los dichosos acantilados ahí han quedado…) , sin embargo la tarde
comenzaba a dar mejores síntomas y es que al menos no llovía.
La lluvia no me disgusta, más bien al contrario pero claro, cuando tienes poco tiempo para conocer un lugar puede ser un condicionante importante; en cualquier
caso, Irlanda como mis queridas Galicia
y Normandía, no serían nunca lo que son sin ese goteo incesante que
adorna muchos de los días del año.
La carretera, llena de curvas y estrecha, propiciaba no ir
demasiado rápido eso sin contar la belleza
del paisaje y que apenas llevaba un día conduciendo por la izquierda (enseguida
te aclimatas a ello), y por todo ello queríamos paladear cada kilómetro que
avanzábamos, lentamente, muy lentamente. En muchos tramos de la citada ruta litoral, es prácticamente imposible
encontrar un arcén o un lugar donde parar un instante así que a la que vi un
claro me detuve sin contemplaciones.
Las fotografías se agolpaban en mi cabeza, pero no las que
podía hacer desde la cercana carretera secundaria, esas no eran las que yo
quería; y así no dudé en traspasar una propiedad vallada que era un enorme
pasto donde el ganado vacuno pacía en la más absoluta tranquilidad, yo quería
imágenes desde el borde de los abismos y allí se intuían imponentes vistas….
Tras la lluvia de toda la mañana y una hierba que me alcanzaba las rodillas, llegué a las lindes del terreno vallado con los pantalones
mojados y los pies a buen recaudo gracias a la previsión de llevar calzado con "goretex" (imprescindible, da igual la época del año que se vaya a Irlanda). Y
allí estaba yo, al borde de un precipicio con unas vistas preciosas y
majestuosas; el cielo plomizo dejaba una luz perfecta y suave aunque la
ventolera era todo un incordio incluso para el trípode. El contraste entre el
verde intenso de la hierba y el gris cielo me resultaba precioso pero lo de los
tonos turquesa del agua era ya de nota, la guinda perfecta. Me sorprendió ese
color del mar tan intenso, ya no el resto de los que vi en los días sucesivos donde
me di cuenta que aquel color era de lo más habitual.
En fin, era una atmósfera preciosa, como de un cuento
intemporal y con un escenario ideal para que cualquier desdichado se quitara la
vida lanzándose al vacío.
Nunca es buen momento para morir, pero abandonar esta vida
contemplando tan sencilla y exuberante belleza no sería un mal final.
En algún lugar del condado de Claire, Irlanda….
Esta imagen, es una fotografía panorámica formada por seis fotos verticales.
Esto es todo, besos y abrazos.
Ger.
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