En el itinerario de nuestra reciente visita a Viena estaba incluido entrar a ver con nuestros propios ojos la Biblioteca Nacional de Austria, y eso que nosotros somos poco dados a la visita de museos e interiores de recintos civiles. Pues la visita no defraudó, ya lo creo, mis ojos estaban maravillados de tanto arte en forma de madera, de escultura, de pintura de arquitectura y del trabajo de encuadernación de todos los libros que allí se custodiaban. El valor económico de los libros que allí reposaban no era baladí y es que durante nuestra visita coincidí con un grupo de turistas españoles que llevaban guía y la misma les explicaba entre otras cosas que parte de una colección privada que allí había, se adquirió por un valor superior a lo que había costado levantar el mismísimo palacio Belvedere.
Allí dentro el ambiente es seco y con una temperatura más alta de la que mi termostato interno considera como “cómoda”, supongo que son las mejores condiciones para guardar esos tesoros escritos; pero lo más característico de la gran sala es el olor en el ambiente a papel rancio y con abolengo.
La Sala Imperial de la Biblioteca Nacional Austriaca es su estancia principal; se trata de una imponente sala con más de setenta metros de largo y veinte de altura. Una cúpula adornada con obras de Daniel Gran, reconocido pintor de la corte, corona la Sala Imperial con unos frescos bellísimos y llenos de color. Las estanterías de esta sala, hechas de madera de castaño, resguardan libros que datan de los años 1500 a 1850, estamos ante una impactante colección de más de doscientos mil libros.
Nada más entrar, un caballero de corte sobrio me dijo que podía hacer fotos pero sin flash (perfecto pensé yo) y entonces aproveché la coyuntura y le señalé el trípode que llevaba junto a la cámara para preguntarle si podía usar el mismo, pero al momento ladeó la cabeza de lado a lado con lo que la cosa quedaba clara.
Sin embargo una vez dentro me di cuenta que había varios lugares donde quizás podría apoyar la cámara y hacer una exposición larga con la que captar toda la luz necesaria para una buena exposición sin tener que “tirar” de ISO. Y como ejemplo esta imagen, el trípode inusual para hacer esta foto fue mi cartera, como si de un caballete se tratara, y en la que apoyé el objetivo para que durante un segundo y medio el sensor de la captara parte de la belleza allí encerrada.
Desde luego sí alguna vez vais por Viena, no dejéis de ver con vuestros propios ojos este fascinante lugar.
Esto es todo, besos y abrazos.
Ger.
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