Este último fin de semana, concretamente el sábado, retomé una de esas costumbres que hasta hace unos meses realizaba con cierta asiduidad, levantarme de madrugada e ir a la caza del amanecer en una de las atalayas que más me gustan de la ciudad de Barcelona.
Y volvieron a repetirse tantas cosas…. Jajajajaja…. ahora explico estas risas.
Las cinco de la mañana es mi hora preferida para levantarme y más cuando tengo que salir en busca del sol naciente. Claro está que cuando el amanecer quiero captarlo desde algún lugar fuera de la ciudad entonces el madrugón todavía es mayor.
Mi atalaya está ubicada dentro de un parque urbano rodeado de pinos, arbustos y plantas silvestres varias. A eso de las 5:30 empezaba ya a verse algo de claridad y con ello intuir las formas de todo lo que tenía a mí alrededor. Llegué a mi lugar, desplegué el trípode, preparé las dos cámaras y empecé a esperar que los colores del alba hicieran acto de presencia. El cielo estaba parcialmente nublado y eso era un buen presagio. A mi alrededor y moviéndose en las ramas de los árboles podía escuchar a las tórtolas, mirlos y carboneros entre otros. Son esos primeros instantes del día en que solamente, o casi exclusivamente, escuchas este tipo de sonidos los que yo agradezco muchísimo debido a esa soledad buscada y otras tantas veces, encontrada.
Lo malo fue que a los 10 minutos de ese idilio con el silencio y el amanecer, el mismo se rompió de lleno y de un modo que ya me ha sucedido algunas otras veces de manera similar en diferentes lugares de la geografía española e incluso del extranjero. Las cinco y media de la mañana es buena hora para empezar el día pero para otros es el momento de recogida tras haber estado toda la noche de farra. Y así fue, dos parejas de chicos y chicas que ninguno superaría los 22 años, venían de hacer botellón o algo similar, pero el caso es que iban pasaditos de alcohol. Uno de los críos de verborrea fácil, intentaba a base de chorradas varias alardear delante de las féminas y hacerse el gracioso… supongo que lo normal en los “machos jóvenes” que pretenden ganarse los favores de la compañía femenina, o al menor llamar su atención.
Yo iba a lo mío, esperando que pasaran de largo y se llevaran consigo el revuelo y el ruido que iban montando el cual silenció a todos los pajarillos. Unos metros antes de llegar a mí, las chicas que iban cogidas del brazo supongo que para facilitar la tarea de mantener dignamente el equilibrio, se paran y me lanzan un… .
Yo con un movimiento de la cabeza hacia ambos lados negué tal posibilidad y volvieron a insistir hasta tres o cuatro veces, a lo que yo seguía negando con mi cabeza. Entonces callaron durante unos instantes mientras me miraban fijamente pero medio idas, y a los pocos segundos me preguntaron el porqué de mi negativa a lo que respondí con un simple “porque no”.
En esas actitudes hay varias cosas que me molestan; me molesta que la gente beba, o se meta cosas en el cuerpo sin control alguno y después no sean dueños de sus actos, eso para empezar; luego me molestó que en ningún momento me preguntaron o pidieran de buenas maneras que les hiciera la fotografía, simplemente exigían,
-Pues va a ser que no.
Y ya lo creo que no les hice foto alguna; primero por sus formas, pero en segundo lugar yo tenía la cámara lista sobre el trípode y configurada para lo que me había levantado una hora antes y que en ningún caso era hacerle fotos a jovencitas ebrias sino retratar la salida de “Lorenzo”.
Recuerdo que hace un par de veranos me había pegado otro madrugón en León para retratar su hermosa catedral con las primeras luces del día y tras ello cuando iba camino del hotel dos chicas también cargaditas de alcohol me pidieron amablemente si les podía hacer un retrato. No solo accedí sino que tras aquella foto intercambiarnos emails, estuvimos como 10 minutos hablando los tres y nos despedimos entre besos y abrazos.
Esa es la diferencia, personalmente no puedo con las malas formas y modales de ahí que el sábado sólo hubiera fotografías del amanecer.
Supongo que tras mi negativa, de algún modo quisieron vengarse de mí y ya lo creo que lo hicieron. Se plantaron como a unos cuarenta metros de mí los cuatro, amorrados a unas cuantas botellas y me estuvieron machacando hasta que acabé la sesión, con reggaetón a todo trapo. Aquello era insufrible, había pasado de escuchar trinos y alardes canoros de algunas aves tan bonitas, a tener que escuchar uno de esos ritmos tan de moda hoy en día y con miles de seguidores entre los cuales he de decir que yo no me encuentro.
Y tras esto el sol salió, ya lo creo que salió, hermoso y elegante detrás de ese trocito de Mediterráneo y con las nubes además de las ramas de los pinos, como perfecto marco.