Nuestra entrada en la montaña Suiza hace un par de semanas no pudo ser más maravillosa. Yo hacía días que estaba con la broma de querer toparme con Heidi y finalmente lo hice, solo que cambiaron algunos aspectos, sobre todo el de que ni ella ni tampoco nosotros éramos ya unos niños.
Elena que es el nombre real de mi hipotética Heidi, en cuanto llegamos a su pequeño hotelito de montaña nos dijo que siguiéramos la pista de la carreterita por la que habíamos llegado hasta allí y que a unos pocos kilómetros la misma finalizaría en un paraje desde el que pueden hacerse infinidad de rutas y también nos encontraríamos con un lago. El lugar me fascinó, llegamos a última hora de la tarde y había aparcadas dos o tres autocaravanas que en aquel lugar ideal habían puesto ya la mesa y las sillas y disfrutaban su cena en aquel comedor inigualable bajo el suave manto de la luz dorada a más de de 1.800 metros de altitud.
Desde donde se deja el coche tiene una pequeña senda
con un poquito de desnivel y que en menos de 10 minutos te presenta delante de
un lago de aguas limpias, cristalinas y llenas de quietud, en un extremo del
mismo una cabaña de madera cerrada a cal y canto, propiedad a buen seguro de alguien
privilegiado que de cuando en cuando decide evadirse en tan sublime lugar.
Tenía que retratar un trocito de aquel rincón ya que no sé si algún día volveré, desde luego me encantaría.
Esto es todo, besos y abrazos.