Amante de la naturaleza, soñador y amigo de evocar circunstancias un tanto diferentes
de lo normal, la imagen de hoy es una de
esas que al primer golpe de vista mi cerebro descifró como algo onírico y poco real.
Sí uno no viniera en coche por una autovía procedente de una cordillera
donde las cimas más altas alcanzan los tres mil metros y en una zona geográfica
de clima suave y mediterráneo, sí no fuera por todo eso, quizás y solo quizás,
habría un resquicio para la posibilidad que mi cerebro maquinaba; ese
pensamiento no era otro que creer que lo que tenía delante de mí era la
polvareda levantada por diez mil búfalos en plena estampida.
Evidentemente hay mucho de poético en mi pensamiento ya que ni el polvo iba
a ser tan inmaculado ni el mismo tendría las texturas de estas preciosas nubes,
pero como decía antes, uno es un soñador empedernido. Lo único cierto es que cada año de entre todas las fotografías que hago me
quedo con un puñado de diez o doce que para mi tienen un plus extra que las hace
estar en una escala superior dentro lógicamente de mi escala de valores
estéticos, esta es sin duda la primera gran imagen de este recién nacido año
2018 y como toda fotografía, tiene una historia propia.
La fotografía nació mientras conducía desde el pirineo leridano
regresando a Barcelona y como en un momento dado vi en el horizonte sobre el perfil
del macizo montañoso de Montserrat, una especie de grupo de nubes apelmazadas
a punto de estallar, visualizaba esa imagen y necesitaba “cazarla”. Esperé
ansioso que algún cartel de la autovía anunciara la próxima salida de la misma
y cuando así fue tomé la misma para dirigirme, no sabía a dónde, pero al menos
a algún lugar donde pudiese aparcar el coche mínimamente bien y perpetuar la
estampa antes de que el viento o cualquier otra circunstancia me borrara aquel
panorama.
El coche lo dejé en el extremo de una rotonda pero desde donde no tenía visión
del macizo montañoso ni de las nubes; con ese panorama no me lo pensé mucho, puse
la cámara a la espalda y me dediqué a trepar por uno de esos taludes que hay en
la autovías y autopistas, agarrándome a esa red plástica que se utiliza para
evitar el pequeño derrame de piedras o elementos que puedan llegar a la
calzada. Tras la breve ascensión, ahora ya tenía mejor visibilidad,
sólo me quedaba meter el objetivo de la cámara entre el dibujo de la verja que
separa los aledaños de la vía impidiendo el acceso de peatones y/o animales.
Por fin ya pude recrearme durante cinco minutos tomando diferentes
imágenes, aunque sin posibilidad de jugar mucho con el encuadre, tenía únicamente
esta perspectiva.
Al final de entre todas aquellas fotografías me quedé con esta por un hecho
diferencial; cuando estás disparando y abarcando grandes superficies uno
intenta captar una escena, un momento, pero hay pequeños o diminutos detalles
que pasan desapercibidos, es a posteriori cuando descargas las imágenes y las
visualizas con calma en el ordenador donde te llevas en ocasiones alegrías
extras o también pequeñas decepciones. En el caso de esta imagen hubo algo que
me pasó desapercibido cuando la tomé, y que luego he podido observar y sobre lo
que os llamo la atención, se trata de un avión del que puede apreciarse su
silueta sobre las nubes en la parte derecha de la imagen, encima de las piedras y
el cual muy posiblemente estaba realizando la maniobra de aproximación para
aterrizar en el aeropuerto de Barcelona.
Esta sería la breve crónica de esta imagen que me ha gustado dejar en
blanco y negro para que la misma gane en dramatismo y fuerza, espero que sea de
vuestro agrado, personalmente yo la considero ya mi primer gran imagen de este
2018.
Esto es todo, besos y abrazos.
Ger.
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