Tras la peste que azotó Viena a principios del siglo XVIII el emperador austríaco por aquel entonces, decidió erigir un templo en honor de San Carlos Borromeo quien por lo visto fue el gran héroe de la epidemia de peste que azotó Milán en 1576.
Esta iglesia, la segunda en tamaño de la capital vienesa tras la catedral de San Esteban, tardó apenas veinte años en levantarse si bien el arquitecto original no pudo ver finalizada su obra por haber fallecido antes; el proyecto lo finalizaría el hijo de este.
El templo a la luz del día, y para mi gusto particular, pasa un tanto desapercibido y diría incluso que es un tanto soso a pesar de los diferentes estilos arquitectónicos que conviven en esta gran obra. Sin embargo, de noche gana en espectacularidad y más con ese enorme estanque que tiene delante y que para los amantes como yo de la fotografía, da muchísimo juego como puede aquí apreciarse.
Era una noche tranquila y sin apenas una brisa que produjera algún movimiento en el agua y de este modo ha salido este reflejo casi perfecto.
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