Seguramente
la muerte inesperada hace unos días de mi querida "Gasby" es la que
me tiene sumida en esta tristeza profunda, me faltan esos paseos que
dábamos juntas, los juegos, las excursiones, etc; para quien no ha tenido nunca
perro o cualquier otro tipo de mascota quizás le resulte extraño esa relación
que establecemos con esos otros miembros de la familia y que tanto nos
dan. Gasby era un pastor alemán que llegó a mí de casualidad y con muchas
reticencias por mi parte, pero que desaparecieron por completo tras los dos
primeros días en los que aquella bolita de pelo y grandes patas me
enamoró.
Sigo
descentrada y llorosa, pero como las desgracias no vienen solas, ayer por reajustes
en la empresa me tocó, junto a otros compañeros, recibir una carta de despedido
y hoy... va y se rompe el coche, que ahora ya está en el taller. Así es como
semejante cúmulo de desgracias me tienen consumida la energía, la alegría y
casi podría decir que la vida.
Y con este
panorama hace un par de horas he recibido un mensaje de mi amigo Luis para
decirme que viene a la ciudad por motivos de trabajo y me comentó la
posibilidad de quedar y vernos.
Entre Luis y
yo hubo una bonita historia de amor hace más de treinta años, un amor de esos
de adolescencia en el que ambos descubrimos no solo el sexo sino esa atracción
y necesidad de querer estar junto a la persona que se ama. Aquello,
como sucede tantas veces con esas relaciones de juventud, no prosperó sin
embargo siempre hemos mantenido una muy buena relación, la cual debo decir que
en gran parte debido a él, que es quien se encarga con su cariño y atenciones
en forma de felicitar cumpleaños, fiestas, etc, de mantenerla viva. No me
encontraba yo con ánimos de quedar ni con Luis ni con nadie y reconozco que fui
algo seca en mi contestación sin embargo, me cuesta y
prácticamente nunca consigo, disimular sentimientos y estados de ánimo.
Así fue que a los pocos segundos de enviar la respuesta evasiva por mi parte
Luis me telefoneó y ya de manera ostensible, por mi modo de hablar, se
dio cuenta que algo sucedía.
Fue entonces
cuando insistió en que esa noche teníamos que vernos, es más, me dijo que
me invitaba a cenar. Tras unos cuantos tiras y aflojas decidí dejarme arrastrar
por su insistencia y en parte por sentirme en deuda con él, precisamente por
ser quien mantiene desde hace décadas esta preciosa amistad.
La cena
resultó de lo más agradable y con Luis, que lo sabe todo de mí y con quien
no tengo secretos, me pude sincerar sobre lo sucedido en las últimas semanas y
como estaba agobiada con mi actual vida de mierda.
Me escuchó,
se mantuvo atento y empático a todo lo que iba relatando para finalmente levantarse
cuando ya había terminado de tomar el café y pagar la cuenta; me abrazó, y
también me secó alguna de las lágrimas que todavía quedaban en mi rostro
mientras le había relatado todo lo sucedido, especialmente lo de Gasby. Tras el
abrazo tomó mi mano y empezamos a caminar por el paseo marítimo para en un
determinado instante apoyarse sobre mi hombro y decirme:
"Contempla
esto, no son pocas las ocasiones en las que la vida nos deja momentos de
amargura, dolor y desesperación pero esa misma existencia también nos brinda
situaciones para la esperanza, la lucha, y volver a reencontrarse con uno
mismo, mira esta bella estampa y dime que no es así".
Y no pude
más que darle la razón contemplando esa silueta de la isla, ese cielo y el
minúsculo trocito de luna que lucía en lo alto.
La estampa
nocturna, la cena y la compañía con mi amigo han obrado el milagro, llegué a
casa con otra cara y otra sensación. Tener amigos y en general personas que se
preocupan de uno es algo que no siempre valoramos como debemos y yo le
debo tanto a Luis.
(*) Atardecer en la ría de Vigo con la silueta de las Islas Cíes de fondo y su faro encendido.