Hoy nuestra excursión nos lleva al interior de la provincia de Lugo. Esto sucedía la semana pasada cuando tras abandonar las Rías Baixas nos adentrábamos en la Galicia interior para entrar por ahí en Asturias. Nuestro periplo hasta tierras astures transcurría por carreteras secundarias entre enormes pastizales y lo que se presuponía eran grandes explotaciones ganaderas donde vacas y terneros pacían a sus anchas en todos aquellos verdes prados.
Proseguíamos nuestra ruta pero ya con cierto cosquilleo en el estómago por culpa de un apetito que poco a poco nos iba marcando la necesidad de parar a comer algo. No ayudaba desde luego el generoso trozo de empanada de bonito que habíamos adquirido esa misma mañana en una panadería de pueblo y cuyo olor ambientaba todo el interior del coche. Visto lo visto se hacía necesario parar pero la carretera por la que circulábamos, estrecha y sinuosa, carecía de arcén o cualquier lugar fuera de peligro para poder detener la marcha. Fue entonces cuando el asfalto empezó a ofrecernos algunos tramos rectos y en uno de ellos avisté lo que parecía una entrada hacía algún campo de cultivo o casa.
Aparqué el coche y nuestro momento picnic con la mencionada empanada resultó de lo más exquisito; mientras comía, me fijé que nos encontrábamos casualmente en lo que parecía el acceso a una casa, pero el mismo se encontraba bastante abandonado pues no se apreciaban rodadas de vehículos y el tamaño de la hierba en el suelo no parecía indicar que el lugar fuera demasiado transitado.
Daba igual, lo que tenía ante mis ojos era como un túnel verde donde árboles y arbustos conformaban, con enorme belleza, las redondeadas paredes de ese túnel imaginario.