Este fin de semana pasado,
concretamente el sábado decidimos salir al campo para tomarle el pulso a la
primavera y ver cómo iba… Pues la cosa va lenta, pero segura; auguro una primavera
espléndida de color y florida en los campos y las montañas.
Al final nos metimos entre pecho y
espalda 240 kilómetros de carretera entre la provincia de Barcelona y Gerona
siempre por carretas secundarias y ajenas a las posibles aglomeraciones de
tráfico y gente que para eso ya está la ciudad.
Lo que vi es que las lluvias de estas
últimas semanas han dejado los campos de cultivo y los que no lo son, de un
verde intenso precioso. La tierra está húmeda y ahora lo único que hace falta
es que las temperaturas suban cuatro o cinco grados más un poquito de sol y estas
campiñas se convertirán en un auténtico vergel. De todos modos muchos árboles y
arbustos presentas ya incipientes brotes en las yemas de sus ramas, señal inequívoca de que la madre naturaleza
despierta de su letargo invernal.
Lo mismo sucede con los animalillos y
sobre todo, donde se hace más evidente es entre las aves que empiezan a realizar
sus primeros escarceos previamente a lo que serán sus nidificaciones.
A media mañana por una estrecha carretera
gerundense, vimos un espectáculo hermoso y me faltó tiempo para buscar un
mínimo reducto (la carreterita no tiene arcenes y apenas pasan un coche en cada
sentido) donde aparcar decentemente y sin suponer un peligro para la mínima
circulación de vehículos que por allí había.
Me llamó la atención ver un gran rebaño
de ovejas pastando en una pradera verde; estoy acostumbrado a ver enormes
rebaños de ovinos pastar, pero tengo estas imágenes asociadas a campos secos,
casi de rastrojos; campos de Castilla donde los colores ocres y amarillos son
más abundantes que no los verdes de la Cordillera Cantábrica o Galicia.
Y claro, todas esas ovejas ahí, como
puestas estratégicamente sobre ese manto verde, me sedujeron de tal modo que me pasé como unos
veinte minutos haciéndoles fotos. El entorno era bello, bucólico diría yo, y
donde además de la campiña se encontraba una pequeña ermita flanqueada por unos
cipreses.
Aquí os dejo esta pincelada de un
momento de paz y armonía con animales, campo y una atmósfera de niebla y
lluvia.
Un gran abrazo a todos.
Ger.
ISO 100 70 mm f/ 6,7 1/125 seg. Sin flash Sin trípode
El título del "post" de hoy es toda una
declaración de principios por mi parte y aunque nunca se puede decir "de esta agua no beberé", de momento mis inclinaciones fotográficas no tienen viso de que
vayan a cambiar a corto plazo a pesar de que tengo amigos, uno sobre todo, que están ahí contándome
las bondades de esto, que a mí no me gusta.
Me estoy refiriendo al retrato; es quizás la
modalidad fotográfica que menos me atrae, primero porque salvo excepciones, las
personas "afean" el entorno (esto a ojos de mi particular sentido de
la belleza) y después por que trabajar con personas no me acaba de convencer...
Hacer que posen para uno, dirigirlos, que hagan esto o lo otro..... no, no,
decididamente prefiero las naturalezas muertas, bodegones, arquitectura y sobre
todo el campo y la montaña donde uno tiene ese lienzo que es la naturaleza en
estado salvaje para que uno la capte como mejor apetezca.
Los animales están ahí y no posan para el fotógrafo por lo que "cazarlos " con la cámara en su hábitat natural, es un auténtico
premio; y mientras, uno se puede explayar a gusto con árboles, rocas, campiñas,
acantilados, etc, sabiendo que no se cansan, que no se van a ir de ahí y así yo consigo mi triángulo fantástico que conforman: un servidor con su cámara, la luz con la
que se cuente, y en el tercer lugar ese paisaje ahí "puesto" para ser
inmortalizado.
Dicho esto, siempre hay lugar a las excepciones y
aquí dejo un ejemplo. Se trata de una sesión de fotos en estudio que hice con
unos amigos aficionados también como yo a la fotografía.
Aprovechando el permiso que me dieron en su momento, hoy los traigo a este rincón mío para enseñaros algunas fotos que les
hice.
La sesión duró un par de horas y fue toda una
experiencia trabajar con focos pero.... después de la primera hora aquello ya
carecía de emoción para mí.
Al final, uno se da cuenta que sí sus gustos lo
llevan por unos derroteros determinados no es casualidad, simplemente es lo que
en la cabecita de cada cual el cerebro interpreta como algo que nos agrada; no es un
capricho, no es querer llevar la contraria.
¿A qué se debe que a unos les
gusta el Barça, a otros el Madrid? Todas las opiniones son respetables y un
gusto por algo no tiene ni debe de excluir a los demás.
Así pues yo a mis paisajes y los maestros del
retrato a eso, a inmortalizarnos a los demás. Como tantas veces digo,
"cada loco con su tema".
Por cierto, ¡¡¡Muchísimas gracias!!! compis, un
abrazo para vosotros: Bruna, Rosana y Rubén.
El color… maravillosa
percepción que tenemos los que disfrutamos del sentido de la vista. A pesar del
uso de gafas desde que tengo uso de razón (cuatro añitos) esto no me ha
impedido apreciar con todo detalle, todas esas situaciones de color exuberante que
nos brinda la naturaleza.
Este es un ejemplo,
amarillo y azul, azul y amarillo.
La colza es una planta cuyas flores de color
amarillo brillante se dejan ver de manera notable, cuando están en su apogeo, y además a
muchísima distancia.
Se trata de un amarillo intenso inconfundible. Si como contraste
a este amarillo intenso nos encontramos un azul maravilloso en el cielo el
resultado es hipnotizador.
A ver que
os parece, besos y abrazos.
Ger.
ISO 100 17 mm f/ 22 1/30 seg. Sin flash Sin trípode
En este rincón básicamente lo que os traigo casi
siempre son reflexiones, fotografía, crónicas de excursiones y viajes..... Hoy
dedico este post a mi pasión, y de paso voy a poner a prueba vuestra
sensibilidad.
Mi pasión ya la conocéis la mayoría, es LA ÓPERA, la
descubrí casualmente de niño y me quedé fascinado con ella; me ha visto crecer,
desarrollarme como persona y sobrevivirá a mi porque este género musical es
único dentro del Arte de la música.
¿Alguno sabe que significa este año 2013 para la ópera? Me imagino que para la mayoría ni idea pero yo os lo voy a explicar.
En este año se cumple una efeméride muy especial, se
cumplen doscientos años del nacimiento del que para muchos (yo entre ellos)
consideran que es el más grande compositor de óperas de la historia, el
italiano Giuseppe Verdi. Estamos hablando de uno de esos GENIOS que de cuando
en cuando salen casi por generación espontánea y legan su genialidad a la
humanidad, en este caso en forma de música.
Antes de Verdi, los grandes “padres” de la ópera
italiana fueron los compositores "belcantistas"
que como su adjetivo indica, se preocupaban y componían casi exclusivamente
para ensalzar la belleza del canto; entre estos destacaron especialmente tres: Bellini, Donizetti y Rossini. Marcaron una época y un estilo a la hora de
concebir y componer una ópera, donde por encima de todo predominaban los
fragmentos que estaban compuestos como "solos" para lucimiento de los
intérpretes en cualquiera de sus voces, ya fueran barítonos, sopranos o
tenores...
Verdi revolucionó de muchas maneras la ópera y una de
ellas fue con el concepto de que una obra no sería la suma de pequeños números
donde cada cantante "jugara" a lucirse y dar lo mejor de sí mismo,
no, con Verdi podríamos decir que nace la ópera TOTAL.
Nacido en el seno de una humilde familia en una aldea
dependiente de la ciudad de Busseto (norte de Italia), Verdi comenzó ya desde
muy joven, sus demostraciones de genialidad. Tras sus dos primeras óperas que
pasaron sin pena ni gloria, sería la tercera de sus obras, Nabuco, con la que
comenzaría el despegue hacia una carrera triunfal que le haría recibir honores
de reyes, emperadores, y hasta del mismísimo Zar ruso.
Dos personas resultan cruciales a lo largo de la vida
de Verdi; Antonio Barezzí, (padre de su primera mujer) quién costeo gran
parte de los estudios y la formación de Verdi en sus jóvenes años cuando se
trasladó a Milán, y la otra, la que sería su segunda esposa, la soprano
Giuseppina Strepponi con quien comenzaría al principio una relación meramente
profesional y que acabaría siendo su pareja sentimental el resto de su vida.
La cantante fue la primera artista de aquella época que avaló el buen hacer del joven compositor y lo hizo ante la persona más influyente del mundillo lírico en Milán en esos momentos, el
entonces empresario del Teatro della Scala de Milán, Bartolomeo Merelli.
De la veintena de óperas que conforman la producción
lírica de Verdi, además de un grandioso Réquiem y otras obras menores, siguen
representándose con regularidad en los principales teatros del mundo, gran
cantidad de sus óperas, que son auténticas obras maestras del género tanto por su belleza como por su complejidad
musical al concebirlas; hablamos de óperas como Nabuco, Luisa Miller,
Rigoletto, La Traviata, Il Trovatore, La Forza del Destino, Aida, Un ballo in
Maschera, y Otello entre otras.
Verdi me acompaña casi por igual desde mis inicios en
la lírica y las cuatro biografías que tengo y que he leído y releído creo que
dan buena cuenta de mi devoción por este compositor. Hoy os voy a contar un
capítulo esencial y muy significativo en la vida personal y artística de Verdi,
y que podría considerarse como el primer peldaño de su carrera triunfal; tras
el mismo, ver y escuchar el vídeo que os he
dejado para ilustrarlo y que comprenderéis
mejor tras esta breve historia.
Como prólogo cabría decir que no siempre las mejores
condiciones facilitan el "nacimiento" de algo soberbio.
Os pongo en antecedentes: nos encontramos en el
invierno de 1841, el joven Verdi estaba literalmente asolado, en el breve
periodo de dos años perdió a sus dos hijos y también a su esposa Marguerita
Barezzi hija del que era su benefactor y mecenas cuando desde ya siendo muy
joven Verdi pagó sus estudios, ropa y manutención en Milán donde
Verdi se trasladó para perfecionar sus estudios. Antonio Barezzí siempre fue considerado por el
propio Verdi como un segundo padre y es necesario darle el papel preponderante
que le corresponde en la vida de Verdi por lo muchísimo que hizo por el joven
músico.
Verdi comenzó su carrera como compositor de ópera con
"Oberto, conde de San Bonifacio", obra que se estrena en la Scala con
una buena acogida por parte del público y la crítica. Pese a este buen comienzo
la vida del joven Verdi no es nada fácil, acaba de fallecer su hija y ello
supone un duro golpe para la joven pareja. Tras Oberto, a Verdi se le encarga
que componga una ópera cómica y mientras trabaja en ello fallecen su otro hijo,
el pequeño Icilio y su esposa Margherita.
La ópera titulada "Un giorno di regno" se
estrena con un fracaso estrepitoso lo cual es bastante comprensible ya que lo
contrario hubiera sido todo un milagro y es que ante los tristes y
desconsoladores hechos que se produjeron en la vida del joven Maestro en estos
meses previos al estreno, difícilmente uno puede crear una atmósfera musical
apropiada para una obra cómica entre tan trágicos sucesos; ya fuera por esto,
ya fuera porque el elenco de los cantantes dicen las crónicas de entonces, no
estuvieron a la altura, la cosa es que la obra no cuajó y fue un rotundo
fracaso.
Verdi se queda sólo en Milán, abatido, perdido y
recluido casi por completo en la habitación alquilada donde sobrevivía. En este
estado y en unas condiciones bastante penosas es cuando a veces, no se sabe el
porqué, surge la chispa de los genios y
en ocasiones de la manera más increíble. La chispa de Verdi surge cuando cae en sus manos un libreto que acabaría siendo la base de su tercera ópera, Nabuco; pero es el “como”, lo que marca la carrera triunfal del genio de
Busseto. El mismo Verdi relató en una ocasión al que sería su editor de
música, Ricordi, como nació Nabuco y lo explico así:
"En el invierno de 1840
no tenía confianza en nada y había dejado de pensar en la música cuando, una
noche de invierno en que salía de la Galería De Cristoforis, me topé con
Merelli (el director del Teatro della Scala).
Caían grandes copos de nieve y
Merelli iba al teatro, cogiéndome por un brazo, me invitó a acompañarlo al
despacho del director en el interior del teatro. Y mientras caminábamos,
charlamos. Me dijo que se hallaba en una situación terrible a causa de la nueva
ópera que tenía que presentar. Se la había encargado a Nicolai, quien estaba
muy descontento con el libreto.
-Imagínese- dijo Merelli, un
libreto de solera, ¡estupendo!, ¡magnífico!, ¡extraordinario! Situaciones
dramáticas efectivas y líneas grandes y hermosas; ¡pero ese maniático de compositor
se niega a verlo y dice que es un libreto imposible! No sé dónde buscar para
encontrarle otro ahora mismo.
Mientras hablábamos de esto
llegamos al teatro y una vez allí cogió un manuscrito y, mostrándomelo,
exclamó:
-Mire, ¡es un libreto de
solera! ¡Una trama maravillosa!... ¡Traté de rechazarlo! Tenga léalo.>>
-¿Qué diablos voy a hacer con
él? ¡No! ¡No! ¡No tengo interés en leer libretos!
-Hombre no le hará daño. Léalo
y devuélvamelo- y me alcanzó un gigantesco paquete de papeles escritos con
letra grande, como la que se usaba entonces-. Lo cogí y, saludando a Merelli,
me fui a casa. Mientras caminaba, tuve en todo el cuerpo una indefinible
sensación de malestar, una inmensa tristeza, una agitación que me inflamó el
corazón. Fui a mi casa y, con gesto casi violento, arrojé el manuscrito sobre
la mesa y me mantuve erguido ante él. Al caer sobre la mesa, el montón de hojas
se abrió por sí mismo: sin saber yo por qué, miré fijamente la página que tenía
enfrente y vi el verso <<Va pensiero sull'ali dorate>>. Me precipité sobre
los versos siguientes, que me produjeron una impresión tremenda, muy
emocionante porque eran casi una paráfrasis de la Biblia, cuya lectura siempre
me encantó. Leí una sección; leí otra; luego firme en mi decisión de no volver
a componer, me obligué a cerrar el manuscrito e irme a la cama. Pero, ¡SÍ! ¡Nabuco
ya me llenaba la cabeza! No pude dormir: me levanté y leí el libreto, no una ni
dos veces, sino tres veces, de modo que, a la mañana siguiente, se podría
decir, que me sabía de memoria todo el libreto de Solera. A pesar de todo,
todavía no me sentía en condiciones de revisar mi decisión de no componer y al
día siguiente volví al teatro y devolví el libreto a Merelli.
-Hermoso, ¿verdad?-me dijo.
-Mucho, hermosísimo-
-Muy bien. Entonces póngale
música.
-Imposible. Ni siquiera he
pensado en ello. No quiero saber nada de eso.
-Póngale música. Póngale
música.
Y mientras decía esto, Merelli
cogió el libreto, me lo metió en el bolsillo del abrigo, me tomó por los
hombros y, con un gran empujón, me sacó de su despacho. No sólo eso. Me cerró
la puerta en las narices y echó la llave.
¿Qué iba a hacer yo?
Volví a mi casa con Nabuco en
el bolsillo. Un día, un verso, un día, otro; ahora una nota, luego una frase...
poco a poco, la ópera se fue componiendo......... ".
Tres meses después de esto Verdi había compuesto
Nabuco, su primer gran éxito y que perdura en el repertorio hasta nuestros
días. Pero hablar de Nabuco es hablar del célebre coro que durante años estuvo
a punto de convertirse en el himno oficial italiano.
El conocido "Va pensiero..." es posiblemente la
música coral más bella jamás compuesta para una ópera y hoy vamos a deleitarnos
una vez más con ella. A la gran mayoría de vosotros, no aficionados a la ópera,
seguro que en más de una ocasión os ha sonado cerca este hermoso pasaje, lo que
sucede es que no sabíais que era..... Hoy descubriréis de que se trata, de cuál
es el origen de esta melodía tan bella que se ha escuchado tantas y tantas
veces a lo largo de estos casi dos siglos.
La versión que os ofrezco para ilustrar este momentazo
es de unas funciones llevadas a cabo en el Metropolitan Ópera House de
New York.
Los que saben de mi afición operística saben también como en ocasiones crítico las puestas en escena que se llevan a cabo en
muchos casos con auténtico mal gusto y falta de respeto; yo mismo sin ir más
lejos he visto auténticas ABERRACIONES en el Gran Teatro del Liceo con
escenografías fuera de contexto y de lo más pasotas con las notas y
directrices que en su día dejaron los compositores para cómo debían de
representarse sus obras, pero no me voy a meter ahora en ese "jardín"
que podría escribir sobre el mismo, largo y tendido y, hoy no toca.
En el caso que hoy nos ocupa, se trata de una escenografía
ingeniosa y que encaja perfectamente con el devenir de la obra
y como fue compuesta; el resto hay que agradecérselo a los adelantos técnicos y
de posibilidades que ofrecen ahora mismo los teatros en comparación con lo que
era posible montar a mediados del siglo XIX.
Aquí os dejo esta joya y este bellezón de música...
veréis que al terminar el público totalmente entregado no puede parar de pedir
que se repita. Las caras de la mayoría de componentes del coro no tienen
desperdicio... lo están viviendo como sí ellos mismos fueran parte del pueblo
hebreo al que representan y sufren la esclavitud en sus carnes.
¡¡Dios!! Se me pone la piel de gallina...
Va pensiero...
Y claro, como en toda gran velada lírica que se
precie, siempre hay lugar para un "bis". Y esta propina tiene para mí
un sentimiento muy especial y ahora sabréis el porqué.
La propina va a ser una pieza breve, cortita pero que
se ha convertido por derecho propio en el fragmento operístico más célebre y
famoso de este género musical y por supuesto, como podéis imaginar lo compuso
Verdi.
Este fragmento pertenece a una de mis dos óperas
predilectas, en este caso Rigoletto obra que forma junto con El Trovador
y La Traviata la denominada trilogía popular.
Pues bien, en el tercer y último acto de Rigoletto, el
tenor que interpreta al personaje del Duque de Mantua, papel que
representa a un hombre libertino y mujeriego canta la célebre y
archiconocida "La donna è mobile".
Hay una anécdota acerca de esta "canzoneta"
y es que el mismísimo Verdí debió de darse cuenta de lo pegadiza y popular que
llegaría a convertirse esta melodía que durante los ensayos previos al estreno
de la obra en ningún caso facilitó este fragmentó al tenor y sólo el día del
estreno pudo ensayarlo. Lo demás ya es historia, esta melodía corrió como la
pólvora de boca en boca y quien más quién quien menos la ha escuchado,
tarareado, silbado, etc.
Para deleitaros con esta pequeña joya os traigo la
insuperable versión de mi idolatrado, admirado y querido Alfredo Kraus que a lo
largo de su carrera tuvo una relación muy estrecha con esta ópera. Debuto con ella
en 1956 y la mantuvo durante toda su
carrera en su repertorio lo cual es algo inaudito y que nadie jamás ha hecho
antes pues se trata del un papel, el del Duque, con unas exigencias técnicas y
vocales espectaculares y que sólo el más grande pudo interpretar como nadie a
lo largo de cuarenta años.
Os dejo a Alfredo Kraus, unos de los mejores, sino el
mejor, Duque de Mantua de la historia en esta versión que interpretó en 1991 cuando ya contaba ni más ni menos que ¡¡¡64 añitos!!! ahí es
nada.
Y hasta aquí este humilde pero sentido homenaje a mi
compositor predilecto y más querido, ahora que se cumplen dos siglos de su
nacimiento.
La música del post de hoy es esta bellísima canción italiana; indispensable escucharla mientras se lee este texto para ambientar la situación, pincha AQUÍ.
Estoy feliz y contento con las lluvias que estos días invaden la cálida
costa mediterránea. Pienso en lo favorable que son para que este recurso no
siempre bien valorado, que es el agua, no escasee, sobre todo en la época estival; pienso
en como las lluvias limpian las ciudades, sus calles y la atmósfera... pero
además de eso, pienso sobre todo en el bien tan grande que hace a la tierra y a
los cultivos. Sale a relucir mi carácter de persona de pueblo, de nieto y de hijo de gentes que trabajan la tierra, y que por ello piensa en lo mejor para
las cosechas, para que esos hombres y mujeres que trabajan los campos muchas
veces de sol a sol, no lo hagan en balde porque no hubo lluvias ni agua para el riego de unas tierras en las que nazcan los frutos de sus esfuerzos y sus sudores. Y por supuesto también pienso en esos miles, millones de plantas, de florecillas silvestres y de
semillas que en apenas unas semanas recobraran vida con la entrada de la
primavera; que fantástico regalo es para todas, estas lluvias. ¡¡¡Ayyyy!!! la maravillosa primavera, la estación de la vida, del volver a nacer y como no, la estación
del verde, mi color preferido. La estación donde esa vida que ha estado
sumergida en el profundo sueño del invierno se despereza y recobra fulgor, como estas florecillas que hoy os traigo. Os pongo en situación....
Es un día precioso del mes de Mayo con una suave temperatura, mi mujer y yo transitamos con
nuestro coche por carreteras secundarias y caminos de la bella Toscana;
acabamos de dejar el precioso pueblo de Pienza, hacía poco que habíamos comido
y nos deleitábamos con las vistas que se podían ver desde un coche, el nuestro,
al que apenas le exigía velocidad pues queríamos disfrutar con el paseo y
tampoco había otros vehículos a los que molestáramos.
En el cielo un sol radiante que entraba por las ventanillas y que ayudaba a broncear los brazos y las
piernas, ante nosotros un sinfín de bellas colinas redondeadas muchas de ellas con típicas
casonas en lo alto de esas pequeñas cimas, la carretera transcurría serpenteante y tras
una de esas curvas allí estaba...... un pequeño valle, un mar...... un mar de
amapolas. Me volví loco, paré el coche en el diminuto arcén que había, cogí la
cámara y salí como un poseso a bañarme en aquella orgía de color verde y rojo. El espectáculo era sublime, embriagador; ese mismo día, así como en los anteriores ya
habíamos visto infinidad de Papaveri (nombre que en italiano se da a las
amapolas) pero nunca en una concentración tan enorme como en esta que teníamos
ante nuestros ojos. Estábamos nosotros, todas aquellas flores y a lo lejos a modo de vigía, un árbol en lo alto que parecía un observador de todo lo que allí sucedía.
Era un frenesí, pero no sólo para mí, debía de vérsenos tan entusiasmados nadando entre todas aquellas florecillas que poco a poco otros coches que circulaban por aquella diminuta carretera
también se pararon a contemplar el espectáculo. Mis ojos a través de la cámara no
sabían a donde ver, donde encontrar el mejor encuadre, la mejor composición....
era una mala hora de luz y además bastante dura pero..... aquello estaba
allí y había que plasmarlo de alguna manera, llevarme un recuerdo para siempre y para mostrároslo a otros, como vosotros en este caso; espero que os guste.
Esta entrada de hoy va dedicada a Merche (mi mujer), una
enamorada de estas preciosas y bellísimas flores silvestres que son las amapolas, flores que en muy
poco tiempo volverán a brotar en campiñas, arcenes y todo tipo de lugares.
ISO 100 35 mm f/ 4.0 1/400 seg. Sin flash Sin trípode
Madrugar casi siempre da sus frutos y más cuando hablamos de fotografía.
Son esos primeros instantes de la mañana donde la luz nos brinda seguramente
sus mejores momentos junto con los que pueden obtenerse también al atardecer.
Así fue como este pasado domingo, a primera hora, pude hacer algunos “disparos” que me dejaron
bastante satisfechos. Entre la luz y un cielo realmente bello como el que
estaba, tenía el fondo perfecto para enmarcar casi cualquier cosa. Finalmente me
decidí por hacerle algunas fotos a uno de los iconos y protagonistas ya del “skyline”
de Barcelona; me estoy refiriendo a las “torres gemelas” del puerto Olímpico
formadas por el Hotel Arts y la Torre Mapfre.
Debido a su altura, pueden divisarse desde prácticamente cualquier punto de
la ciudad y hay que reconocer, que ambas aun siendo parecidas, tienen evidentes
diferencias, pero siempre con un denominador común, su belleza
arquitectónica.
Aquí os dejo esta foto
que fue de las que más me gustó entre todas las que les hice a las mencionadas torres. Ger.
ISO 100 10 mm f/ 5.6 1/125 seg. Sin flash Sin trípode