El retrato más famoso de Verdi |
Hoy dedico este post a mi pasión, y de paso voy a poner a prueba vuestra sensibilidad.
Mi pasión ya la conocéis la mayoría, es LA ÓPERA, la
descubrí casualmente de niño y me quedé fascinado con ella; me ha visto crecer,
desarrollarme como persona y sobrevivirá a mi porque este género musical es
único dentro del Arte de la música.
¿Alguno sabe que significa este año 2013 para la ópera? Me imagino que para la mayoría ni idea pero yo os lo voy a explicar.
En este año se cumple una efeméride muy especial, se
cumplen doscientos años del nacimiento del que para muchos (yo entre ellos)
consideran que es el más grande compositor de óperas de la historia, el
italiano Giuseppe Verdi. Estamos hablando de uno de esos GENIOS que de cuando
en cuando salen casi por generación espontánea y legan su genialidad a la
humanidad, en este caso en forma de música.
Antes de Verdi, los grandes “padres” de la ópera
italiana fueron los compositores "belcantistas"
que como su adjetivo indica, se preocupaban y componían casi exclusivamente
para ensalzar la belleza del canto; entre estos destacaron especialmente tres: Bellini, Donizetti y Rossini. Marcaron una época y un estilo a la hora de
concebir y componer una ópera, donde por encima de todo predominaban los
fragmentos que estaban compuestos como "solos" para lucimiento de los
intérpretes en cualquiera de sus voces, ya fueran barítonos, sopranos o
tenores...
Verdi revolucionó de muchas maneras la ópera y una de
ellas fue con el concepto de que una obra no sería la suma de pequeños números
donde cada cantante "jugara" a lucirse y dar lo mejor de sí mismo,
no, con Verdi podríamos decir que nace la ópera TOTAL.
Nacido en el seno de una humilde familia en una aldea
dependiente de la ciudad de Busseto (norte de Italia), Verdi comenzó ya desde
muy joven, sus demostraciones de genialidad. Tras sus dos primeras óperas que
pasaron sin pena ni gloria, sería la tercera de sus obras, Nabuco, con la que
comenzaría el despegue hacia una carrera triunfal que le haría recibir honores
de reyes, emperadores, y hasta del mismísimo Zar ruso.
Dos personas resultan cruciales a lo largo de la vida
de Verdi; Antonio Barezzí, (padre de su primera mujer) quién costeo gran
parte de los estudios y la formación de Verdi en sus jóvenes años cuando se
trasladó a Milán, y la otra, la que sería su segunda esposa, la soprano
Giuseppina Strepponi con quien comenzaría al principio una relación meramente
profesional y que acabaría siendo su pareja sentimental el resto de su vida.
La cantante fue la primera artista de aquella época que avaló el buen hacer del joven compositor y lo hizo ante la persona más influyente del mundillo lírico en Milán en esos momentos, el
entonces empresario del Teatro della Scala de Milán, Bartolomeo Merelli.
De la veintena de óperas que conforman la producción
lírica de Verdi, además de un grandioso Réquiem y otras obras menores, siguen
representándose con regularidad en los principales teatros del mundo, gran
cantidad de sus óperas, que son auténticas obras maestras del género tanto por su belleza como por su complejidad
musical al concebirlas; hablamos de óperas como Nabuco, Luisa Miller,
Rigoletto, La Traviata, Il Trovatore, La Forza del Destino, Aida, Un ballo in
Maschera, y Otello entre otras.
Verdi me acompaña casi por igual desde mis inicios en
la lírica y las cuatro biografías que tengo y que he leído y releído creo que
dan buena cuenta de mi devoción por este compositor. Hoy os voy a contar un
capítulo esencial y muy significativo en la vida personal y artística de Verdi,
y que podría considerarse como el primer peldaño de su carrera triunfal; tras
el mismo, ver y escuchar el vídeo que os he
dejado para ilustrarlo y que comprenderéis
mejor tras esta breve historia.
Como prólogo cabría decir que no siempre las mejores
condiciones facilitan el "nacimiento" de algo soberbio.
Os pongo en antecedentes: nos encontramos en el
invierno de 1841, el joven Verdi estaba literalmente asolado, en el breve
periodo de dos años perdió a sus dos hijos y también a su esposa Marguerita
Barezzi hija del que era su benefactor y mecenas cuando desde ya siendo muy
joven Verdi pagó sus estudios, ropa y manutención en Milán donde
Verdi se trasladó para perfecionar sus estudios. Antonio Barezzí siempre fue considerado por el
propio Verdi como un segundo padre y es necesario darle el papel preponderante
que le corresponde en la vida de Verdi por lo muchísimo que hizo por el joven
músico.
Verdi comenzó su carrera como compositor de ópera con
"Oberto, conde de San Bonifacio", obra que se estrena en la Scala con
una buena acogida por parte del público y la crítica. Pese a este buen comienzo
la vida del joven Verdi no es nada fácil, acaba de fallecer su hija y ello
supone un duro golpe para la joven pareja. Tras Oberto, a Verdi se le encarga
que componga una ópera cómica y mientras trabaja en ello fallecen su otro hijo,
el pequeño Icilio y su esposa Margherita.
La ópera titulada "Un giorno di regno" se
estrena con un fracaso estrepitoso lo cual es bastante comprensible ya que lo
contrario hubiera sido todo un milagro y es que ante los tristes y
desconsoladores hechos que se produjeron en la vida del joven Maestro en estos
meses previos al estreno, difícilmente uno puede crear una atmósfera musical
apropiada para una obra cómica entre tan trágicos sucesos; ya fuera por esto,
ya fuera porque el elenco de los cantantes dicen las crónicas de entonces, no
estuvieron a la altura, la cosa es que la obra no cuajó y fue un rotundo
fracaso.
Verdi se queda sólo en Milán, abatido, perdido y
recluido casi por completo en la habitación alquilada donde sobrevivía. En este
estado y en unas condiciones bastante penosas es cuando a veces, no se sabe el
porqué, surge la chispa de los genios y
en ocasiones de la manera más increíble. La chispa de Verdi surge cuando cae en sus manos un libreto que acabaría siendo la base de su tercera ópera, Nabuco; pero es el “como”, lo que marca la carrera triunfal del genio de
Busseto. El mismo Verdi relató en una ocasión al que sería su editor de
música, Ricordi, como nació Nabuco y lo explico así:
"En el invierno de 1840
no tenía confianza en nada y había dejado de pensar en la música cuando, una
noche de invierno en que salía de la Galería De Cristoforis, me topé con
Merelli (el director del Teatro della Scala).
Caían grandes copos de nieve y
Merelli iba al teatro, cogiéndome por un brazo, me invitó a acompañarlo al
despacho del director en el interior del teatro. Y mientras caminábamos,
charlamos. Me dijo que se hallaba en una situación terrible a causa de la nueva
ópera que tenía que presentar. Se la había encargado a Nicolai, quien estaba
muy descontento con el libreto.
-Imagínese- dijo Merelli, un
libreto de solera, ¡estupendo!, ¡magnífico!, ¡extraordinario! Situaciones
dramáticas efectivas y líneas grandes y hermosas; ¡pero ese maniático de compositor
se niega a verlo y dice que es un libreto imposible! No sé dónde buscar para
encontrarle otro ahora mismo.
Mientras hablábamos de esto
llegamos al teatro y una vez allí cogió un manuscrito y, mostrándomelo,
exclamó:
-Mire, ¡es un libreto de
solera! ¡Una trama maravillosa!... ¡Traté de rechazarlo! Tenga léalo.>>
-¿Qué diablos voy a hacer con
él? ¡No! ¡No! ¡No tengo interés en leer libretos!
-Hombre no le hará daño. Léalo
y devuélvamelo- y me alcanzó un gigantesco paquete de papeles escritos con
letra grande, como la que se usaba entonces-. Lo cogí y, saludando a Merelli,
me fui a casa. Mientras caminaba, tuve en todo el cuerpo una indefinible
sensación de malestar, una inmensa tristeza, una agitación que me inflamó el
corazón. Fui a mi casa y, con gesto casi violento, arrojé el manuscrito sobre
la mesa y me mantuve erguido ante él. Al caer sobre la mesa, el montón de hojas
se abrió por sí mismo: sin saber yo por qué, miré fijamente la página que tenía
enfrente y vi el verso <<Va pensiero sull'ali dorate>>. Me precipité sobre
los versos siguientes, que me produjeron una impresión tremenda, muy
emocionante porque eran casi una paráfrasis de la Biblia, cuya lectura siempre
me encantó. Leí una sección; leí otra; luego firme en mi decisión de no volver
a componer, me obligué a cerrar el manuscrito e irme a la cama. Pero, ¡SÍ! ¡Nabuco
ya me llenaba la cabeza! No pude dormir: me levanté y leí el libreto, no una ni
dos veces, sino tres veces, de modo que, a la mañana siguiente, se podría
decir, que me sabía de memoria todo el libreto de Solera. A pesar de todo,
todavía no me sentía en condiciones de revisar mi decisión de no componer y al
día siguiente volví al teatro y devolví el libreto a Merelli.
-Hermoso, ¿verdad?-me dijo.
-Mucho, hermosísimo-
-Muy bien. Entonces póngale
música.
-Imposible. Ni siquiera he
pensado en ello. No quiero saber nada de eso.
-Póngale música. Póngale
música.
Y mientras decía esto, Merelli
cogió el libreto, me lo metió en el bolsillo del abrigo, me tomó por los
hombros y, con un gran empujón, me sacó de su despacho. No sólo eso. Me cerró
la puerta en las narices y echó la llave.
¿Qué iba a hacer yo?
Volví a mi casa con Nabuco en
el bolsillo. Un día, un verso, un día, otro; ahora una nota, luego una frase...
poco a poco, la ópera se fue componiendo......... ".
Tres meses después de esto Verdi había compuesto
Nabuco, su primer gran éxito y que perdura en el repertorio hasta nuestros
días. Pero hablar de Nabuco es hablar del célebre coro que durante años estuvo
a punto de convertirse en el himno oficial italiano.
El conocido "Va pensiero..." es posiblemente la
música coral más bella jamás compuesta para una ópera y hoy vamos a deleitarnos
una vez más con ella. A la gran mayoría de vosotros, no aficionados a la ópera,
seguro que en más de una ocasión os ha sonado cerca este hermoso pasaje, lo que
sucede es que no sabíais que era..... Hoy descubriréis de que se trata, de cuál
es el origen de esta melodía tan bella que se ha escuchado tantas y tantas
veces a lo largo de estos casi dos siglos.
La versión que os ofrezco para ilustrar este momentazo
es de unas funciones llevadas a cabo en el Metropolitan Ópera House de
New York.
Los que saben de mi afición operística saben también como en ocasiones crítico las puestas en escena que se llevan a cabo en
muchos casos con auténtico mal gusto y falta de respeto; yo mismo sin ir más
lejos he visto auténticas ABERRACIONES en el Gran Teatro del Liceo con
escenografías fuera de contexto y de lo más pasotas con las notas y
directrices que en su día dejaron los compositores para cómo debían de
representarse sus obras, pero no me voy a meter ahora en ese "jardín"
que podría escribir sobre el mismo, largo y tendido y, hoy no toca.
En el caso que hoy nos ocupa, se trata de una escenografía
ingeniosa y que encaja perfectamente con el devenir de la obra
y como fue compuesta; el resto hay que agradecérselo a los adelantos técnicos y
de posibilidades que ofrecen ahora mismo los teatros en comparación con lo que
era posible montar a mediados del siglo XIX.
Aquí os dejo esta joya y este bellezón de música...
veréis que al terminar el público totalmente entregado no puede parar de pedir
que se repita. Las caras de la mayoría de componentes del coro no tienen
desperdicio... lo están viviendo como sí ellos mismos fueran parte del pueblo
hebreo al que representan y sufren la esclavitud en sus carnes.
¡¡Dios!! Se me pone la piel de gallina...
Va pensiero...
Y claro, como en toda gran velada lírica que se
precie, siempre hay lugar para un "bis". Y esta propina tiene para mí
un sentimiento muy especial y ahora sabréis el porqué.
La propina va a ser una pieza breve, cortita pero que
se ha convertido por derecho propio en el fragmento operístico más célebre y
famoso de este género musical y por supuesto, como podéis imaginar lo compuso
Verdi.
Este fragmento pertenece a una de mis dos óperas
predilectas, en este caso Rigoletto obra que forma junto con El Trovador
y La Traviata la denominada trilogía popular.
Pues bien, en el tercer y último acto de Rigoletto, el
tenor que interpreta al personaje del Duque de Mantua, papel que
representa a un hombre libertino y mujeriego canta la célebre y
archiconocida "La donna è mobile".
Hay una anécdota acerca de esta "canzoneta"
y es que el mismísimo Verdí debió de darse cuenta de lo pegadiza y popular que
llegaría a convertirse esta melodía que durante los ensayos previos al estreno
de la obra en ningún caso facilitó este fragmentó al tenor y sólo el día del
estreno pudo ensayarlo. Lo demás ya es historia, esta melodía corrió como la
pólvora de boca en boca y quien más quién quien menos la ha escuchado,
tarareado, silbado, etc.
Para deleitaros con esta pequeña joya os traigo la
insuperable versión de mi idolatrado, admirado y querido Alfredo Kraus que a lo
largo de su carrera tuvo una relación muy estrecha con esta ópera. Debuto con ella
en 1956 y la mantuvo durante toda su
carrera en su repertorio lo cual es algo inaudito y que nadie jamás ha hecho
antes pues se trata del un papel, el del Duque, con unas exigencias técnicas y
vocales espectaculares y que sólo el más grande pudo interpretar como nadie a
lo largo de cuarenta años.
Os dejo a Alfredo Kraus, unos de los mejores, sino el
mejor, Duque de Mantua de la historia en esta versión que interpretó en 1991 cuando ya contaba ni más ni menos que ¡¡¡64 añitos!!! ahí es
nada.
Y hasta aquí este humilde pero sentido homenaje a mi
compositor predilecto y más querido, ahora que se cumplen dos siglos de su
nacimiento.
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