La música del post de hoy es esta bellísima canción italiana; indispensable escucharla mientras se lee este texto para ambientar la situación, pincha AQUÍ.
Estoy feliz y contento con las lluvias que estos días invaden la cálida
costa mediterránea. Pienso en lo favorable que son para que este recurso no
siempre bien valorado, que es el agua, no escasee, sobre todo en la época estival; pienso
en como las lluvias limpian las ciudades, sus calles y la atmósfera... pero
además de eso, pienso sobre todo en el bien tan grande que hace a la tierra y a
los cultivos. Sale a relucir mi carácter de persona de pueblo, de nieto y de hijo de gentes que trabajan la tierra, y que por ello piensa en lo mejor para
las cosechas, para que esos hombres y mujeres que trabajan los campos muchas
veces de sol a sol, no lo hagan en balde porque no hubo lluvias ni agua para el riego de unas tierras en las que nazcan los frutos de sus esfuerzos y sus sudores.
Y por supuesto también pienso en esos miles, millones de plantas, de florecillas silvestres y de semillas que en apenas unas semanas recobraran vida con la entrada de la primavera; que fantástico regalo es para todas, estas lluvias.
¡¡¡Ayyyy!!! la maravillosa primavera, la estación de la vida, del volver a nacer y como no, la estación del verde, mi color preferido. La estación donde esa vida que ha estado sumergida en el profundo sueño del invierno se despereza y recobra fulgor, como estas florecillas que hoy os traigo.
Os pongo en situación....
Y por supuesto también pienso en esos miles, millones de plantas, de florecillas silvestres y de semillas que en apenas unas semanas recobraran vida con la entrada de la primavera; que fantástico regalo es para todas, estas lluvias.
¡¡¡Ayyyy!!! la maravillosa primavera, la estación de la vida, del volver a nacer y como no, la estación del verde, mi color preferido. La estación donde esa vida que ha estado sumergida en el profundo sueño del invierno se despereza y recobra fulgor, como estas florecillas que hoy os traigo.
Os pongo en situación....
Es un día precioso del mes de Mayo con una suave temperatura, mi mujer y yo transitamos con
nuestro coche por carreteras secundarias y caminos de la bella Toscana;
acabamos de dejar el precioso pueblo de Pienza, hacía poco que habíamos comido
y nos deleitábamos con las vistas que se podían ver desde un coche, el nuestro,
al que apenas le exigía velocidad pues queríamos disfrutar con el paseo y
tampoco había otros vehículos a los que molestáramos.
En el cielo un sol radiante que entraba por las ventanillas y que ayudaba a broncear los brazos y las
piernas, ante nosotros un sinfín de bellas colinas redondeadas muchas de ellas con típicas
casonas en lo alto de esas pequeñas cimas, la carretera transcurría serpenteante y tras
una de esas curvas allí estaba...... un pequeño valle, un mar...... un mar de
amapolas.
Me volví loco, paré el coche en el diminuto arcén que había, cogí la cámara y salí como un poseso a bañarme en aquella orgía de color verde y rojo.
El espectáculo era sublime, embriagador; ese mismo día, así como en los anteriores ya habíamos visto infinidad de Papaveri (nombre que en italiano se da a las amapolas) pero nunca en una concentración tan enorme como en esta que teníamos ante nuestros ojos. Estábamos nosotros, todas aquellas flores y a lo lejos a modo de vigía, un árbol en lo alto que parecía un observador de todo lo que allí sucedía.
Me volví loco, paré el coche en el diminuto arcén que había, cogí la cámara y salí como un poseso a bañarme en aquella orgía de color verde y rojo.
El espectáculo era sublime, embriagador; ese mismo día, así como en los anteriores ya habíamos visto infinidad de Papaveri (nombre que en italiano se da a las amapolas) pero nunca en una concentración tan enorme como en esta que teníamos ante nuestros ojos. Estábamos nosotros, todas aquellas flores y a lo lejos a modo de vigía, un árbol en lo alto que parecía un observador de todo lo que allí sucedía.
Era un frenesí, pero no sólo para mí, debía de vérsenos tan entusiasmados nadando entre todas aquellas florecillas que poco a poco otros coches que circulaban por aquella diminuta carretera
también se pararon a contemplar el espectáculo. Mis ojos a través de la cámara no
sabían a donde ver, donde encontrar el mejor encuadre, la mejor composición....
era una mala hora de luz y además bastante dura pero..... aquello estaba
allí y había que plasmarlo de alguna manera, llevarme un recuerdo para siempre y para mostrároslo a otros, como vosotros en este caso; espero que os guste.
Esta entrada de hoy va dedicada a Merche (mi mujer), una
enamorada de estas preciosas y bellísimas flores silvestres que son las amapolas, flores que en muy
poco tiempo volverán a brotar en campiñas, arcenes y todo tipo de lugares.
ISO 100 35 mm f/ 4.0 1/400 seg. Sin flash Sin trípode |
Preciosa imagen.
ResponderEliminarGracias, celebro que te guste. Todo un piropazo viniendo de ti
EliminarA mi no me engañas, es el wallpaper de Windows, jejeje.
ResponderEliminarJajajajajaja..... bueno no estaría mal venderle la foto a Bill y sacar un pellizco. Como te comentaba el otro día la foto la he difuminado un poquito, me gusta más ese efecto en las amapolas como si hubieran sido puestas ahí a base de pinceladas al azar.
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