Muchos fotógrafos profesionales y también bastantes de los que pertenecemos al grupo de los aficionados, tenemos una costumbre que en ocasiones nos proporciona alegrías insospechadas. Se trata del hecho de que muchas veces cuando hacemos una determinada sesión de fotos, tras llegar a casa en lugar de descargar las mismas y revelarlas, se quedan ahí como aletargadas hasta que uno tenga a bien dedicarles un rato y tu atención. Unas veces pasan días, otras semanas, pero también incluso meses o años sin que aquellas imágenes que fueron capturadas, vean la luz (nunca mejor dicho).
No sé qué dirían al respecto otros colegas pero en mi caso, no se trata de algo buscado a propósito; simplemente que sí no se trata de un encargo de trabajo o para un fin determinado, no me corre prisa revelarlas y entonces esas imágenes no es que caigan en el olvido tan solo les sucede como a los buenos caldos en las bodegas, quedan ahí "envejeciendo" hasta que llegue el momento de deleitarse con la mismas, y ese es el caso de la imagen de hoy.
A finales de enero del año 2.021, madrugué con la esperanza de ver un bonito amanecer sobre la ciudad y así fue. No se trató de un simple amanecer, fue uno de aquellos que a uno se le quedan grabados en la retina por su belleza y además por ser desde un lugar que todavía no explorara anteriormente.
Lo más significativo de aquella mañana de excelente visibilidad fue que por segunda vez en los años que llevo viviendo en Barcelona, pude captar a través del teleobjetivo, parte de la sierra deTramontana de Mallorca, es decir a unos 190 kilómetros de distancia. Para que esto se produzca tienen que conjugarse una serie de circunstancias que aquella mañana se dieron. Aquella fotografía en la lejanía, de las tierras mallorquinas, sí que la revelé enseguida pero otras que tuvieron lugar aquella misma jornada han permanecido en silencio y hoy os traigo una de ellas.
¡¡Fue un amanecer prodigioso!!
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