6:40 de la mañana, una buena hora para ir a la playa cuando todo el mundo duerme para escuchar como las olas van y vienen mientras la claridad del nuevo día va en aumento poco a poco. Planto el trípode sobre esos guijarros tan típicos de muchas playas normandas y dejo durante 6 segundos que la magia de la luz haga el resto.
Esa mañana la recuerdo especialmente fructífera con un buen puñado de momentos “pescados”, luego tras recoger mis bártulos fui a disfrutar de uno de esos maravillosos desayunos que nuestra anfitriona nos ofrecía con mermeladas, croissants recién hechos, café con leche e infusiones varias y todo al abrigo de una cálida chimenea para entrar en calor, sobre todo yo, después de toda la humedad que se me había incrustado en el cuerpo durante el par de horas que deambulé por la playa.
Esto es todo, besos y abrazos.
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