Cuando llegué al lugar, mi cerebro se trasladó automáticamente a las tierras irlandesas que había visitado cinco años atrás; era lógico, los acantilados, el verde de la hierba y las tonalidades turquesas del agua eran como un clon de lo que había vivido y observado en aquellas costas de Irlanda a las que tengo muchísimas ganas de volver.
Pero después de esos instantes, enseguida reconocí encontrarme en un rincón de la costa cántabra donde también, cualquier amante de los paisajes, puede encontrar lugares maravillosos con los que "alimentar" la vista y el alma.
Una vez más he tenido suerte y si uno amplía la imagen, en lo alto de esos acantilados, aproximadamente hacía la mitad, se puede ver la silueta de alguien como en posición de sentado. Así es, una pareja estaba cerca de ese precipicio dándose arrumacos y esa figura que se adivina, un tanto lejana, puede dar una idea bastante aproximada de la altura y tamaño de ese trocito de la costa.
Vamos a por el jueves.
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