Llevaba unas diez
horas caminando entre montañas a más de dos mil metros de altura, por senderos, entre rocas, subiendo,
bajando, trepando, tirado por el suelo….. en fin, con un buen “tute” y no tanto con
sensación de cansancio como si de haber estado dando tumbos todo el día y
haber machacado bastante todo el cuerpo, pero sobre todo las piernas, que
además de mi peso tenían que soportar una decena de kilos extras por culpa del
equipo fotográfico.
Con todo ese bagaje, retrocedía sobre mis pasos y volvía al
lugar donde había dejado el coche a primera hora de la mañana. En mi lento
descenso desde las zonas más altas iba comprobando como diferentes bancos de
niebla me estaban comiendo terreno a mis espaldas, lo mismo sucedía por delante
de mis pasos y todo ello con un cielo que cada vez acumulaba más y más nubes sobre
todo nubarrones.
La luz en ese momento ya era hermosa pero no quería entretenerme
más de la cuenta para que no se me echara la noche encima pero, imposible
abstraerse a la emoción del momento y a
lo que veían mis ojos, aquellos rayos de
luz saliendo furtivamente entre las nubes y la niebla; como para no hacerle un
par o tres de fotografías.
Disfruté muchísimo el momento, no solo por la vista que aquí
os dejo sino también por el aire húmedo de aquellas horas y la ausencia total de ruido salvo las
pequeños murmullos de fondo de los riachuelos de agua con sus medianos y
diminutos saltos de agua.
Fue sin duda un hermosísimo broche de oro a una jornada
feliz.
Esto es todo, besos y abrazos.
Ger.
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