A finales del siglo XVIII concretamente allá por 1793 se construyó (no hablo de las siguientes ampliaciones y reformas) el que es el museo más visitado del mundo. Con más de diez millones de visitantes, el museo del Louvre reúne obras de arte de diferentes características sobresaliendo por encima de todo su colección de pintura.
He de reconocer que en todas las ocasiones que he visitado la ciudad parisina, incluida la de hace unos días, jamás he visitado el museo, únicamente me he limitado a ver por fuera sus edificaciones.
Así somos, cada uno tiene sus gustos e inclinaciones artísticas y yo he de reconocer que nunca me he sentido atraído por la pintura. Evidentemente valoro muchísimo (y más siendo aficionado a la fotografía) como alguien puede con sus propias manos, plasmar un paisaje, un retrato, etc, sobre un lienzo totalmente desnudo. Este es el principal motivo de que todavía no haya pisado ninguna de las salas de la famosa pinacoteca francesa. Y es que toda mi atención y admiración se la ha llevado siempre, y así sigue, la música; esa música clásica y la ópera que son las que avivan en mí esa pasión y entusiasmo que ni esculturas o cuadros son capaces de igualar, algo que a muchos otros seguramente les sucederá al revés.
Y volviendo al célebre edificio, la muchedumbre que habitualmente se encuentra en las proximidades y alrededores del Louvre, cuando el mismo cierra sus puertas y cae la noche, prácticamente desaparece. En la madrugada, a quien puede verse en la zona es a alguna pareja dispuesta a realizar un autorretrato. o como en mi caso, a alguien interesado en captar esa pirámide de cristal y acero que en 1988 levantó ampollas y críticas de todo tipo por "romper" con el entorno, pero que sin embargo con el paso de los años ha terminado por afianzarse diríamos incluso de forma icónica, como lo más llamativo de todo el complejo que conforma el museo.
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