Hay una etapa de mi vida que muchos desconocen y que les causa gran sorpresa cuando se enteran. Hace años, muchos años ya, preparé con ahínco la oposición para entrar en una academia militar, fueron dos años casi monacales donde iba de casa al gimnasio y a un centro en Pontevedra especializado en preparar a opositores para el ejército y cuerpos de seguridad del estado, así cada día.
Si, la vida castrense siempre me ha gustado y me gusta, no porque sea yo una persona beligerante, pero hay varios aspectos de esa vida y profesión que siempre me han atraído sobre todo la concerniente a realizar labores humanitarias.
Lo cierto es que en mi segundo intento lo conseguí e ingresé en la Academia General Básica de Suboficiales pero finalmente a los diez días de estar dentro tuve que dejarlo, pero esa ya es otra historia y larga de contar además. El caso es que tras aquello acabé metido en el mundo de la informática y aquí sigo tres décadas más tarde.
Viene todo esto a propósito de la imagen de hoy, en la que muestro un “trocito” de la Seu de Lleida; un edificio del siglo XIII en lo alto de un cerro y que fue desde catedral a cárcel pasando por cuartel militar.
Aquel proceso de oposición que comentaba antes, consistía en pasar primero una criba aprobando unos exámenes culturales y un reconocimiento médico con exclusiones recogidas en el BOE; ambos cometidos se realizaban en cinco lugares repartidos estratégicamente por la geografía española, y que en mi caso tuvo lugar en León. Una vez superada la primera "eliminatoria", se procedía a pasar un segundo reconocimiento, más exhaustivo que el primero, pruebas físicas e igualmente un segundo examen cultural, todo ello realizado ya en las instalaciones de la propia academia militar, sita en la localidad leridana de Tremp.
En los dos años que llegué a las pruebas finales, me desplazaba en tren desde Galicia y hacía noche en Lleida para al día siguiente finalizar el periplo hasta mi destino, en autobús. Esas dos veces que dormí en Lleida (mes de Julio) las recuerdo infernales dado mi poco gusto por el calor; tengo muy presente haber bebido muchísima agua con gas (Vichy catalán) y no poder conciliar el sueño empapado como estaba, en sudor. En aquellas tórridas noches, otros "aspirantes" y yo, nos íbamos a pasear a los alrededores de la Seu que por estar en un lugar elevado, esperábamos que corriera cierta brisa y nos aplacara aquel sofocante calor.
Desde aquel lejano mes de Julio de 1990 no había vuelto a Lleida, en parte por parecerme una ciudad carente de encanto alguno, pero hace unos meses aprovechando el regreso de una aventura pirenaica decidimos parar y así yo rememorar aquellas lejanas visitas que hizo el “Caballero Alumno” que suscribe estas líneas.
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