Las fotografías que comparto con amigos, familia y en las
redes sociales siempre busco que tengan un mínimo de interés, para no hacer de
ese hábito de mostrar imágenes, algo rutinario y carente de interés para los
demás; aún así no sé si lo consigo siempre con las elecciones que realizo entre
los cientos de fotografías que saco.
Pues bien, están esas fotos que gustan al propio fotógrafo y
luego están, como yo digo, los “Amores fotográficos”. Así denomino yo a esas imágenes
que para mi están, por uno o varios motivos un peldaño por encima del resto, y
la que hoy os traigo es una de esas que ya he guardado en mi retina.
Había sido un día especial, muy especial, con la celebración
de las bodas de oro de mis padres, la tarde iba tocando a su fin y tras las
despedidas de rigor me dirigí a un pequeño remanso de paz en frente de la
inmensidad del océano y con la única conversación de escuchar a las olas de vez
en cuando romper contra las rocas cercanas a la costa.
El momento resultaba idílico y quería conservarlo para la
eternidad; tenía la luz suficiente, gaviotas, unas ligeras nubes que filtraban
los últimos y dorados rayos solares y tan solo me quedaba aguardar a una ola
que levantara la suficiente espuma para que la escena fuera perfecta. ¡¡¡Y
llegó, ya lo creo que llegó!!!
Y así he vuelto a enamorarme de una fotografía mía....
Esto es todo, besos y abrazos.
Ger.
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