Tal y como había planificado en mi ruta, llegué a la
localidad de Camariñas a media tarde y me fui directo al hostal donde había
reservado habitación para pasar la noche. Tras instalarme y hablar en un tono
muy distendido con el propietario, un hombre que había hecho de todo en la vida
y tenía mundo a sus espaldas por haber estado embarcado durante muchos años.
Ese día mi cena iba a ser muy simple así que le pedí recomendación
al hombre para saber donde debía ir en el pueblo a que me hicieran un buen
bocadillo, y así con el mismo y un poco de agua tendría más que suficiente para
saciar el hambre, sin embargo aquella tarde-noche yo necesitaba saciar la
mirada, mis sentidos en general e incluso diría que el alma.
De todas las veces que he ido a visitar "mi
faro", nunca lo había hecho durante una puesta de sol y era algo que me
apetecía muchísimo. El faro, que se alza majestuoso desde finales del siglo XIX
sobre el cabo, de nombre Villano o Vilan, está y estará siempre unido a mi
persona de un modo diría que bastante sentimental, y muchos ya conocen de
primera mano ese motivo.
Primero me acerqué a la base del mismo, donde se
encuentran las instalaciones de la sala de máquinas y donde hoy en día existe un
pequeño museo, y de ese modo una vez más le rendí pleitesía, luego me alejé
para buscar una ubicación desde la cual poder disfrutar de la inmensidad del
Atlántico y de cómo el sol acabaría languideciendo por el horizonte.
Estaba solo, y casi de un modo anormal con una ausencia
prácticamente total de sonido alguno ya que no había viento ni tampoco pájaro
alguno que llenara con su cántico los alrededores del lugar.
Y así aproveché aquellos instantes para deleitarme con
algunos nocturnos de Chopin; yo siempre digo que toda belleza suma y en este
caso la música unida al espectáculo visual componía uno de esos momentos que
tenemos, y/o que debemos buscar siempre de felicidad absoluta. Algo tan
sencillo y al mismo tiempo tan banal como sentarse a ver una puesta de sol
mientras comes un bocadillo se puede poner a la altura de asistir a un
concierto o disfrutar de una exposición de cuadros entre muchos ejemplos de
instantes memorables.
Y así me quedé hasta que oscureció por completo, con
esa satisfacción de haber sido espectador, una vez más, de uno de esos regalos
que el día a día y la vida nos ofrecen.
Aquí os dejo un instante de aquel
maravilloso atardecer en las inmediaciones del FARO.
Ger.
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